lunes, 25 de junio de 2012
A Dios gracias el Ministerio de Cultura parece que se ha tomado en serio la Fiesta de los toros, puesto que la situación de la tauromaquia en España no pasa anímicamente por sus mejores momentos. El ministro Wert ha creado una comisión para proteger la Fiesta de los toros. La crisis económica, pero también de valores, acecha con fuerza los cimientos de nuestras costumbres ancestrales más arraigadas que han perdurado hasta nuestros días.
Cada vez más la sociedad, sin declararse anti taurina, se aleja más de la realidad cultural española, recogiendo el testigo de lo más festivo de la misma y apartando lo simbólico y significativo, que al fin y al cabo ha sido el "misterio" que la ha hecho perdurar.
Nuestra sociedad urbana entiende cada vez menos de toros, se aleja de las tradiciones que surgieron en otras épocas donde nuestras tierras eran más que simples campos de cultivo, pastos o lugares de recreo y descanso espiritual en los que las estamos convirtiendo. Cada vez más somos menos empáticos y más críticos con nuestra historia porque cada vez más nos creemos superiores a las generaciones pasadas, que por cierto -dentro de lo que cabe supieron adaptarse al medio sin perder el significado de sus tradiciones- nos transmitieron como un preciado tesoro nuestras costumbres actuales. A pesar de ello que nadie vaya a creer que defiendo esas afirmaciones nostálgicas que mantienen que cualquier tiempo pasado es mejor que el presente. Tampoco es eso.
La sociedad evoluciona y el desarrollo técnico nos ayuda a vivir mejor, o al menos eso creemos. A su vez la sociedad actual, poco empática con el pasado se aleja del significado de algunas manifestaciones culturales desvirtuándolas en esencia. Sin los símbolos, rituales y significados de las mismas, las expresiones culturales de nuestra sociedad, es decir, el arte y el patrimonio cultural, se convierten en meras morfologías y formalismos que nos conducen a la pura contemplación hedonista y divertida; primer paso hacia la deshumanización y en consecuencia al inicio del camino hacia el sin sentido, desembocando en la desaparición, en el más puro producto del efímero placer de la sociedad actual, o en todo caso, en la conservación por ella misma en un archivo o en un museo como monumento o memoria de tiempos pasados.
El premio nobel y taurófilo Vargas Llosa lo describe muy bien en su ensayo sobre la civilización del espectáculo cuando al hablar de cultura dice que son todas las manifestaciones de la vida de una comunidad: su lengua, sus creencias, sus usos y costumbres, su indumentaria, sus técnicas y, en suma, todo lo que en ella se practica, evita, respeta y abomina. El toreo es por lo tanto un elemento cultural más de la sociedad española, puesto que entorno a él hay una serie de vocablos específicos, técnicas, costumbres, usos, indumentaria, creencias... Parece ser que su definición de cultura podría sintetizarse prácticamente en el término tauromaquia.
La tarea del Ministerio de Cultura no va a ser fácil, porque poco a poco se está apoderando de una parte de la sociedad española una indiferencia ante la tauromaquia que no ayuda en nada a su favor, todo lo contrario, favorece a las voces en contra de la Fiesta. Si las intenciones del ministro son buenas, éstas no pueden quedar, como tantas otras veces ha ocurrido en una declaración de buenas intenciones por parte del Gobierno, si no en un proyecto común para todo el Estado, basado en el estudio y difusión de la tauromaquia, de modo que sea el conocimiento completo y riguroso de este espectáculo el que conlleve a los españoles a valorarlo, más si cabe, a sentirlo como propio (esto es considerarlo patrimonio) y con ello a interiorizarlo. Esta tarea debe desarrollarse en vistas a medio o largo plazo, para que vaya creando un sustrato que vuelva a vigorizar la Fiesta en nuestro país.
Siguiendo ese concepto de cultura urbana, cada vez más democratizada y despojada de simbolismos y significado, viene al caso el artículo de Ignacio Amestoy publicado en la Revista de Occidente en febrero de este mismo año y titulado Cuando la muerte no es tragedia que, aunque esté dedicado a las artes escénicas -entre las que debiere incluirse la tauromaquia como un arte más- defiende la esencia del simbolismo, del significado y de lo cultural frente a lo superfluo y puramente placentero en el teatro.
El teatro, como la tauromaquia, nace en un entorno litúrgico, como ceremonia gestual, totalmente ritual que con el tiempo ha ido perdiendo significado, pero que en esencia, aún subyace. La mímesis, la exageración gestual, la suerte, la invocación... todos estos elementos forman parte de ese mundo cultual ancestral que se ha convertido en cultural y actual. La pérdida de la esencia lo desvirtúa, lo desacraliza, lo humaniza tanto, que deja de ser expresión sublime de lo eterno y lo convierte en momentos de viveza con principio y fin, de estímulos efímeros sin más.
No podemos prescindir de estas capacidades cultuales que son tan humanas que nos diferencian del resto de animales y a la vez de nuestros semejantes. El arte y la cultura son cuestiones de gustos, de reglas, de criterio. Tener criterio supone ser una persona formada, conocedora y poseer un gusto educado, versus la inducción más comercial que bombardea a la sociedad a través de imágenes sugerentes. La sociedad urbana, alejada de todo culto a la tierra y a los animales, huye y los humaniza añadiéndoles valores y sentimientos tan humanos que al final se llega a pensar que tienen lenguaje, creencias, técnicas... es decir que son humanos y por lo tanto tienen cultura.
Querer conservar sin más, como en un archivo o una obra de arte propia de un mueso, las raíces de nuestros ancestros puede significar dar muerte, apuntillar o estoquear la cultura de una sociedad como la nuestra. Si no la ponemos en valor, no la normalizamos -palabra que a veces resulta preocupante cuando, en términos filológicos, se discrimina una lengua en beneficio de otra- la tauromaquia se verá reducida a una inmensa minoría.
El estado autonómico ha ayudado a normalizar, gracias a Dios, tradiciones y costumbres típicas de sus lugares de origen, elevándolas a la categoría de Bienes de Interés Cultural, con lo que se ha conseguido que obtengan la máxima protección patrimonial del Estado. En cambio, las corridas de toros, que sí son un bien común en el Reino de España, han sido prohibidas, mutiladas o discriminadas, queriendo o sin querer, a permanecer en un sustrato que poco a poco va siendo absorbido por las hambrientas raíces que a la Fiesta le quedan y no se abonan. No es que España sea anti taurina, que no lo creo, es que cada vez se conoce menos este mundo tan mágico, como diría una escritora amiga, que convierte la fiereza, el instinto y la fuerza a la máxima expresión artística y con ello a lo sublime mediante la delicadeza, la razón y el sentimiento.
No entiendo porqué en algunas comunidades autónomas, como es el caso de la de Madrid, el toreo puede ser considerado BIC y en otras no, porque se supone que junto con la declaración BIC, el bien en sí, en este caso la tauromaquia, pasa a formar parte del catálogo de bienes protegidos del Estado. Si es así, según la ley 16/1985 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español ¿porqué en Cataluña siguen prohibidos y en Valencia no puede ser declarada BIC la fiesta? Si para el Ministerio de Cultura los toros son importantes y la fiesta en sí también, la mejor forma de protegerla y conservarla es dando acceso y difundiendo la cultura taurina por todo el Estado, pero también considerarla como elemento patrimonial, común e identificador de España
Fuente: ABC
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