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sábado, 11 de agosto de 2012

Juan Posada: el complejo camino de matador de toros a cronista taurino
Nacido en Sevilla en 1931, pero criado en Huelva, Juan Posada llegó a la Fiesta como tantos otros, por la influencia de una familia muy taurina. Y llegó para pronto convencer, en especial por dos rotundos triunfos en Madrid. Luego las caminos tan sinuosos del toreo le quisieron llevar por otros andurriales. Pero se negó y dio el paso de retirarse. Como estaba convencido que el hombre, cuando se empeña, puede triunfar en otras facetas de la vida, se dedicó al periodismo y luego a la literatura: en ambas ha dejado una huella. Sin embargo, ese complejo camino del toreo en activo a la pluma, no es precisamente frecuente. De hecho, tan sólo Posada lo ha cubierto con verdadero sentido profesional, no como una ocupación ocasional. Fue matador de toros y tuvo su ambiente y el respeto entre los aficionados, por más que su carrera fuera corta. Pero pasados los años le dio un giro copernicano a su vida profesional y lo hizo comenzando por el principio: como decidió dedicarse al periodismo. Pero el caso de Juan Posada fue distinto a todos los demás. Todavía se recuerdan los pinitos que Antonio Bienvenida hizo en alguna ocasión escribiendo de toros, o más recientemente los comentarios que Manolo Vázquez escribía para “Diario de Sevilla” en la feria. Pero lo de Juan fue otra: primero se matriculó en la Facultad correspondiente de la Universidad Complutense para obtener la licenciatura y luego comenzó a trabajar. Un caso sin duda único. Y lo mejor es que se ganó el respeto de nuevos compañeros de profesión, aunque no todo fueran satisfacciones. Unos años antes de su muerte, recordaba Juan Posada que “las satisfacciones que proporciona el toro son incomparables, pero ser periodista es algo importante. Sobre todo cuando eres consciente de lo que has tenido que batallar hasta que te han respetado”. En un mundo tan singular como el toreo, esta nueva faceta profesional no iba a estar carente de contradicciones. “No entendían los taurinos que un matador de toros pudiera ejercer la crítica taurina. Entrar en Diario 16 fue como una bomba para todos. Lo que siempre he intentado es no hacer daño a nadie, escribir de la forma más objetiva posible y, sobre todo, sin acritud. Quienes me han leído conocen que mis crónicas eran muy técnicas. Si era exigente era porque sé de esto”. Una situación nada fácil, desde luego, según reconocía el torero y crítico: “Al principio me encontraba en una situación algo confusa. Tuve que luchar hasta encontrar mi nueva personalidad”. Pero la encontró antes de lo que muchos esperaban. “El que se ha puesto delante del toro --rememoraba Juan Posada-- tiene unos conocimientos y una experiencia que no poseen los demás; y que otro, aunque quieras, no puedes tener. A mí no me tenían que contar nada: a mi me han partido la femoral y he cortado tres orejas en Madrid una misma tarde. Digo yo que todo eso me habrá servido de algo”. Pero como la experiencia resultó positiva, pronto se sintió con fuerzas para dar el salto a la literatura, que son ya palabra mayores. Así ven la luz “El Gaona: una historia de toreros”, “La Fiesta del siglo XXI”, “De Paquiro a Paula en el rincón del sur”, “El callejón del miedo” o “En busca de la competencia”. Se trata desde luego de bibliografía taurina, pero antes que eso se trata, sencillamente, de literatura. Pero detrás de esta carrera como periodista y como escritor, permaneció siempre una limpia trayectoria taurina. En su historia hay hitos singulares, como aquella tarde de Madrid en la que le cortó dos orejas de un novillo sin llegar a entrar a matar, o aquella otra tarde que, ante una corrida de Galache, se proclamó máximo triunfador del ciclo de San Isidro. Luego en su camino se cruzó un toro de Prieto de la Cal, que, con la muleta en su mano izquierda, le pegó en Sevilla una cornada tremenda. Las cosas ya no fueron lo mismo a partir de entonces. Y no tanto por la cornada, que la superó, sino porque comenzaron a llegar las contradicciones y las interferencias de terceros, tan frecuentes como han sido en el mundo del toreo. Criado en el seno de una familia taurina, su afición va a tomando cuerpo desde pequeño. Pero quizás es a raíz de irse a vivir a Tablada, donde su abuelo fue guarda mayor en una dehesa. “Resulta que Belmonte era su debilidad. Así que cuando llegaban reses bravas a Tablada, mi abuelo le avisaba y hacía la ‘vista gorda’ para que pudiera torear. Chaves Nogales en su libreo de Belmonte lo cuenta”. Con tales antecedentes, muy joven comenzó a torear, en aquellas ocasiones con bastante frecuencia en unión de otro principiante: Miguel Litri. Cuando recordaba aquellos años, Posada relataba con toda sencillez que “yo nací en Sevilla y me crié en Huelva, pero al final no me consideraban ni de Sevilla ni de Huelva. Tampoco el Litri nació en Huelva, sino en un pueblo de Valencia y, sin embargo, a él sí lo consideraron de allí. Rápidamente el público se identificó con su personalidad y le apoyaron incondicionalmente. Es cierto que yo gozaba de una élite de buenos aficionados, que me seguían y eran partidarios, pero la masa estaba con Litri”. Pero Juan fue un novillero con cartel, en el que se admiraba su sentido tan puro del toreo, un tanto abelmontado. “Cuando yo comenzaba, lo que imperaba era el toreo con los pies juntos y la muleta un tanto retrasada. En ese panorama, siempre he pensado que fuimos tres, Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez y yo, los que optamos por el toreo con más sentido clásico, sin por eso abandonar la quietud que había impuesto Manolete”. Y llegaron los triunfos. Pero duraron poco. En gran medida por esas pugnas de los despachos, que cerraban muchas puertas: si no iba a consolidarse como figura, mejor marcharse a casa. Un razonamiento muy de torero antiguo. “Desde luego aquella decisión no fue fácil; me costó mucho, tomarla. Pero luego me quedé satisfecho conmigo mismo, que es lo importante. Siempre he creído que en la vida una persona puede hacer otras cosas. En mi caso, y lo digo con toda sencillez, creo que he triunfado en todo aquello que me he propuesto”.

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