martes, 25 de septiembre de 2012
El toro bravo: El herradero (Capítulo IX). Sin duda alguna el reconocimiento y distinción de cada uno de los animales existentes en una ganadería es imprescindible no sólo para el destino propio de cada uno de ellos, sino también para las labores de selección necesarias en cada camada. Para ello una de las actividades no menos importante en una dehesa, consiste en marcar a los becerros y a las becerras con un hierro calentado a fuego en el lado derecho de su cuerpo, los hierros de los que se sirve el herrador son 20: dos con el signo de la casa y los otros con los 10 dígitos repetidos, excepto el seis y el nueve, la operación se desarrolla, por lo general, en los corrales de la misma.
Esta acción servirá para poder identificar a simple vista al animal, para ello se apartan por separado los becerros de las becerras (de un año de edad), e irán pasando de uno en uno a otro corral en el que, una vez sujetos contra el suelo por cuatro o cinco hombres (pues tal es su fuerza), se procederá a aplicar el hierro caliente (no al rojo); primero el de la marca (hierro de la ganadería a la que pertenece) se coloca en la parte externa y plana de la nalga, denominada llana, y la del número asignado al animal dentro de la ganadería que se impone en el costillar derecho. El hierro y la señal (que es un corte o marca de distintas formas que se realiza en las orejas o en el pecho) es idéntica para todas las reses de la dehesa, esta maniobra se denomina fañar y son marcas acostumbradas en las ganaderías desde muchos años antes de que se conformaran las específicas de ganado bravo. Esta acción data de mediados del siglo XIX, cuando se formaron las ganaderías de bravo consideradas fundacionales.
En algunas dehesas o en circunstancias especiales, uno a uno se les va llevando por pasillos hasta que llegan al cajón del herradero, el cual es un habitáculo de hierro el cual en su salida tiene un hueco para que meta la cabeza el animal y tiene una palanca que atrapa la cabeza a este para que quede inmóvil, se abre al costado y se procede a herrar de esta forma.
Cuando por alguna razón se marca(n) a campo abierto, lo primero que se debe hacer es taparle la boca para que no muja porque de lo contrario, aunque esté lejos la madre vendrá llena de furia y alguien puede salir lastimado; en este momento se aprovecha para administrarles a todos los herrados varias vacunas que son necesarias para sus organismos.
En España y en México existe una diferencia en el herrado de los productos de la dehesa, porque no se colocan las marcas correspondientes al año de su nacimiento ni el colectivo ganadero. Antiguamente por tradición, los machos eran los que recibían mayores cuidados en las ganaderías, bajo el argumento de que se trataba de la principal producción de las mismas, pero en la actualidad, esta idea ha cambiado, ahora se ha racionalizado la alimentación de los machos y predomina la idea, de que el futuro toro debe ser cuidado desde antes de su nacimiento, aportando a la madre una mejor nutrición y condiciones sanitarias para mantener los cuidados durante toda la vida del ejemplar, suplementando la dieta siempre que sea preciso hasta llegar a la fase de acabado.
En el campo el toro bravo, generalmente se muestra tranquilo y seguro de sí mismo, se podría decir que intuye el respeto que impone, pero el toro que se cría en España en las inigualables dehesas de Extremadura, Andalucía o Salamanca es totalmente distinto al del campo bravo mexicano. En las dehesas salmantinas la arboleda no es sólo sombra; en las dehesas extremeñas crece la bellota dulce que tanto gusta al toro y en las dehesas andaluzas de variados matices, el toro puede correr y moverse con plena libertad. En cambio en México, a pesar de que se crían toros bravos desde 1529 y de que los ganaderos han sabido aprovechar los terrenos más agrestes y pobres del campo mexicano, entre huizaches y nopaleras, en terrenos en donde el agua y los pastos no abundan, el toro ha sabido sobreponerse a todo, creciendo en calidad y categoría.
Esto sin tener en cuenta que con el paso del tiempo, la reducción del tamaño de las fincas ha sido desmedida, y de que son terrenos en donde propiamente no puede sembrarse nada por falta de humedad; las prolongadas sequías y las terribles heladas hacen muy difícil la alimentación en forma natural apenas se encuentran pastos secos entre las piedras, la obtención de agua es un triunfo, cada ganadero a lo largo y ancho de la República Mexicana, tiene que adaptarse a condiciones muy adversas para lograr la crianza de las reses bravas.
Sin embargo y a pesar de estas circunstancias se cuenta con ganaderías de toros bravos en 20 de los 32 estados o entidades que conforman el país y me refiero a: Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Chihuahua, Durango, Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nuevo León, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala, Yucatán y Zacatecas; todo esto ha hecho que el toro mexicano presente un fenotipo (características corporales) y un genotipo (características que definen el comportamiento y la actitud de los toros de lidia, de origen genético) muy diferentes al toro de otros países, por lo general el toro mexicano rompe después de los veinte primeros muletazos y puede llegar a recibir entre 100 y 150 muletazos en las grandes faenas (y esto que afirmo no es ninguna exageración), y una de sus principales características es que hay que llevarlo muy toreado y esperarlo mucho en su embestida; por su parte el toro español es mas corpulento, más áspero y tiene menos pases dentro (por decirlo de alguna manera).
En el campo de su alimentación, el toro es un animal glotón que devora siete u ocho kilos diarios de piensos fuertes, concentrados y piensos compuestos, así, el toro gordo debe ser más bravo, porque tiene que arrastrar más peso ya que no sólo se mueve y ello le conlleva a una pérdida de agilidad, movilidad y fuerza consecuentemente.
Antiguamente, los toros se lidiaban con cinco o seis años, no estaban ni flacos, ni gordos, su pelo era brillante, tenían buen trapío, piernas nerviosas, ojos negros y vivos, eran seis años lentos, normales, engordados según la naturaleza, con hierba de mayo y rastrojos de agosto y las faenas eran mucho más cortas que las actuales; hoy, el toro tiene cuatro o cinco años y es más cuidado desde becerro; es seleccionado por su bravura, es un toro más cuidado y preparado para el tercio final (el de la muleta, para que pueda soportar faenas de muchos pases), no obstante, ante el trapío, el peso resulta secundario porque sin trapío, un toro no resulta interesante porque no brillará la bravura con la plena intensidad que los aficionados ahora exigen.
Informo: JAIME MONTOYA ESCAMILLA. TORERO.
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