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domingo, 3 de febrero de 2013

JUAN BELMONTE GARCÍA "EL PASMO DE TRIANA" (1892 - 1962)
Juan Belmonte García (a la derecha) posa junto a su amigo, José Gómez Ortega “Joselito o Gallito”, en la Plaza de Murcia en mayo de 1920, en la cumbre de “La Época de Oro del Toreo” Nació en Sevilla, en la calle Ancha de Feria en 1892. Su padre regentaba una humilde quincallería y, por cambiar de suerte, se fue a vivir al barrio de Triana. Cuando empezó a ser mocito, llegaron los torerillos, que no tenían otro norte confeso que restaurar la tauromaquia de Antonio Montes, único matador respetable y al que, naturalmente, ninguno había visto torear. De noche, se iban a las dehesas, apartaban algún novillo y lo toreaban con su chaquetilla a la luz de la luna. Como los mayorales no podían con ellos se hizo cargo la Guardia Civil. Pero estos trianeros imposibles se atrevían hasta con la Benemérita. Nadie creía en él, salvo Calderón, un banderillero del “Espartero”, que fue su padrino en las tertulias sevillanas. Tras un disparatado debut en Elvas, pudo, a trancas y barrancas, empezar a torear con nombre propio o prestado, en sustituciones granujientas, cuando por fin se coló en una novillada de la Maestranza, le echaron los dos novillos al corral. Ante el segundo, tras sonar el tercer aviso, tiró la espada, se hincó de rodillas, acercó la cara al testuz de la fiera y se puso a gritarle: " ¡Mátame! ¡Mátame!". El animal, mucho más prudente que el novillero, se volvió a los corrales sin mancharse las astas. Tras un invierno de desolación, trabajando como jornalero pudo volver a empezar desde abajo, en Valencia, y allí, derrochando un valor temerario, hacerse un hueco en la Fiesta. Desde Valencia, su nombre iba asociado al “Hule” y a la “Pálida”, esto es, a las cornadas de apariencia fatal. No era Belmonte un torero tremendista sino, según el público más entendido, simplemente suicida. Belmonte no admitía derechos de propiedad dentro del ruedo, ni a humanos ni a fieras. Esa fue su revolución. Lo demás fue valor, arte y un magnetismo especial para los públicos. Sólo le faltaba un rival y lo encontró en el torero más perfecto que ha dado hasta hoy la Fiesta: José Gómez “Gallito”, o “Joselito”. La rivalidad entre “Joselito” y Belmonte, que marca “La Edad de Oro del Toreo”, no fue una casualidad. José era una criatura portentosa con la ferocidad de la juventud, el duende de una dinastía, y el dominio de la técnica nunca visto. Era altanero, valeroso, soberbio, apolíneo. Tenía que tropezarse con su envés: el oscuro, el pobre, el enfermo, el que sólo podía poner frente al toro su infinita capacidad de morir. Y ese era Juan. Tan fatal era ese duelo que el primer día en que Belmonte triunfó en Sevilla quisieron sus enloquecidos partidarios hacerle pasar el puente de Triana no en hombros, que era poco para el semidiós, sino en andas, como “El Cachorro” en Semana Santa. Heroicamente resistió un cura el intento de robar las andas, amenazando de excomunión a los sacrílegos y, cuando al fin consiguió su propósito, rezongó: ¡Si por lo menos hubiera sido Joselito!". Desde 1914 España se divide entre “Gallistas” y “Belmontistas”. Con ambos llega un nuevo concepto de la tauromaquia, la creación de grandes plazas -como la Monumental de Las Ventas, impulsada por Joselito- y el acercamiento de los intelectuales a la Fiesta, mérito de Belmonte, que desde novillero se aficionó al trato de Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres y otros artistas taurófilos. A veces, Belmonte se quedaba a dormir en el estudio de Solana o de Vázquez Díaz, a sus anchas entre libros y cuadros. Y no era una pose. Cuenta Josefina Carabias que Paco Madrid, compañero de las primeras capeas, le aseguró que junto a la espuerta con el utillaje taurino llevaba siempre otra llena de libros: "Un torero más leído y más bañado no lo ha habido ni lo habrá jamás". Con el dinero y la gloria llegaron los contratos para América, llenos de aventuras increíbles en el México de la revolución o en la Lima encantadora y colonial, que le recordaba a Sevilla, y en la que encontró esposa, aunque muy flaca para los gustos de entonces. ¿Cogidas? Todas. Pero la peor fue la de Joselito. Habían llegado José y Juan a ser grandes amigos. Del mismo modo que José acabó toreando en los terrenos de Juan, y Juan aprendiendo la técnica de José, aunque con limitaciones físicas, sus dos personalidades se fueron hermanando. Viajaban juntos en el tren y se cambiaban de vagón al llegar a las estaciones, para no defraudar. “Joselito”, que lo tenía todo, era muy desgraciado en amores. Enamorado de una muchacha de la aristocracia andaluza, el padre se negaba a consentir su matrimonio con el torero. José llegó a dar clases para leer mejor y mejorar su letra pero todo era inútil. También estaba harto del público, que se había cansado de verlos triunfar juntos y ganar dinero. El día antes de su muerte, torearon en Madrid y “Gallito” le dijo a Belmonte que debían retirarse, porque así no se podía torear. Juan estaba de acuerdo. Fue una tarde horrible. José canceló la corrida madrileña del día siguiente y se fue a torear a Talavera. Allí le esperaba la muerte. Belmonte murió con él. Luego se retiró dos veces, rejoneó, tuvo cortijo, ganado y millones. Envejeció lentamente, entre Madrid, Sevilla, y su finca de Utrera. De vez en cuando se le veía en "Los Corales", con sus gafas negras, hablando poco y del tiempo. Tenía en la boca la tristeza de la muerte que fue de otro. Con 70 años, en edad provecta, semi-jorobado, desquijarado pero poseedor de una ganadería, fincas y una fortuna envidiable, se enamoró sin esperanzas de una rejoneadora colombiana muy joven de nombre Amina Asís, quien no le correspondió en querencia. La tarde del 8 de abril de 1962, salió a pasear a caballo, arreó el ganado, contempló el ocaso, volvió a la casa, subió a su habitación, y se pegó un tiro. Reposa en paz don Juan Belmonte García, "el Pasmo de Triana", en el célebre cementerio de San Fernando de Sevilla, España, que fue inaugurado en 1852, y que guarda celosamente los restos de los afamados toreros : Manuel García Cuesta "El Espartero" (1865-1894); Joselito "El Gallo", "el Rey de los Toreros" (1895-1920); Francisco Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana" (1904-1931); Ignacio Sánchez Mejías (1891-1934); Francisco Rivera "Paquirri" (1948-1984) y Manuel González Cabello (1929-1987). Curiosamente casi todos los difuntos enunciados, sepultos en tierra Santa Sevillana, con excepción hecha de don "Manolo González", fallecieron de alguna forma, de modo violento, lo que habla de su entrega y temperamento.

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