El origen de las corridas de toros en España hunde sus raíces en la cultura grecolatina que es introducida en el proceso de romanización. El culto al toro como divinidad y su sacrificio ritual está constatado en las civilizaciones minoica y otras del mediterráneo oriental desde al menos la edad del bronce. Los romanos, que incorporan a su propia cultura los mitos y divinidades de su zona de influencia, comienzan la conquista de Hispania con su desembarco en Ampurias, en la actual Cataluña, en el contexto de las Guerras Púnicas. La romanización, que comienza en la Tarraconense y se extiende con los siglos a toda Hispania, instaura en la cultura local los juegos y luchas de fieras, en las que el toro era un animal de frecuente intervención, existiendo constancia de luchas contra osos, leones y por supuesto seres humanos.
Durante la ocupación visigoda y en los primeros tiempos del califato omeya, hay cierta oscuridad sobre espectáculos taurinos, aunque la persistencia de los mismos en etapas posteriores dan idea de que la arraigada costumbre pervivió intacta a través del tiempo.
Hay noticias documentadas sobre fiestas de toros en Cuéllar (Segovia) en el año 1215, año en el que su obispo decretó "que ningún clérigo juegue a los dados ni asista a juegos de toros, y sea suspendido si lo hiciera". En el mismo siglo Alfonso X El Sabio prohibió que dichos juegos se celebrasen por dinero, lo cual apunta a la existencia de una "profesionalidad" incipiente entre los dedicados a lidiar reses bravas. Y es que recorrían los pueblos de España los llamados «matatoros» o «toreadores», divirtiendo al público (y cobrando por ello) mediante la práctica del toreo a pie de forma más o menos rudimentaria (sorteando o recortando a los toros, dándoles lanzadas o saltos, etc.). Además, estaban los
pajes que, como parte de su servicio, ayudaban a los caballeros a lancear o rejonear a caballo, realizando los quites cuando fuera necesario. Igualmente en el reino nazarí de Granada también se documentan ciertos "juegos de fieras" en la que es probable que participaran toros.
Ya en el renacimiento, en 1542 la ciudad de Barcelona homenajea al príncipe Felipe, futuro Felipe II de España, con "luminarias, danzas, máscaras y juegos de toros". Miguel de Cervantes deja constancia de la cría de reses bravas para estas fiestas en el incidente que sufre Don Quijote de la Mancha quien grita a quien los transporta "¡Ea, canalla, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas!", apuntando la existencia de explotaciones ganaderas de intrínseca finalidad taurina.
La prohibición de torear a caballo que en
1723 Felipe V impuso a sus cortesanos, acarreó que los modestos matatoros y los pajes empezaron a torear por su cuenta en las ciudades más importantes y a desatar el entusiasmo del gran público.
Siglo XVIII
Aunque la lidia de toros se practica desde muy antiguo, en la segunda mitad del siglo XVIII se produjeron en España una serie de novedades en su práctica que dio lugar a las corridas de toros en su sentido moderno:
- El toreo a pie sustituye al de a caballo.
- Los protagonistas ya no son caballeros pertenecientes a clases altas, sino gente del pueblo que se profesionaliza y cobra por su actuación.
- Nacen las ganaderías bravas y se comienza a seleccionar los toros para la lidia, frente a la situación anterior de mera espontaneidad.
- Se construyen las primeras plazas de toros como edificios permanentes destinados al festejo.
- Se escriben las primeras tauromaquias, que fijan la técnica y las normas y van definiendo el arte de torear.
Existieron dos corrientes regionales de cuya combinación surgió el toreo a pie: el ámbito vasconavarro y el andaluz. La tauromaquia vasconavarra se basaba en los saltos, en los recortes y en las banderillas, sin mayor sofisticación, mientras que la andaluza se desarrollaba con lienzos y
capas para engañar a los toros. Durante algunas décadas ambos estilos se disputaron la primacía del público, saliendo victorioso el modelo andaluz. De la tauromaquia vasconavarra dejó constancia gráfica
Francisco de Goya, que presenció los saltos de
garrocha de Martincho, del licenciado de Falces o de Juanito Apiñani en las plazas de Zaragoza y de Madrid. La actual suerte de
banderillas es el único legado que ha perdurado de aquel toreo navarro en las corridas de toros, si bien siguen muy vivos los espectáculos de saltos y recortadores en festejos populares.
Pepe-Hillo, figura del toreo de la última década del siglo XVIII, en un grabado de Goya.
Con diversas variaciones, se van estableciendo a lo largo del siglo XVIII todos los elementos de las corridas modernas. Se considera al
rondeño Francisco Romero el padre del toreo moderno. Romero, fundador de una célebre dinastía, había tomado parte en las últimas corridas caballerescas. Inventó la
muleta, dividió la lidia en tres tercios (varas, banderillas y muerte) y subordinó la cuadrilla a las exigencias del diestro. Sin embargo, será su hijo
Juan Romero y sobre todo
Pedro Romero (nieto de Francisco),
Pepe-Hillo y
Costillares, las primeras figuras conocidas, quienes ya en la década de los setenta del siglo XVIII impongan de forma definitiva su visión del toreo frente a la tradición navarra, muy semejante ya a la actual.
Una vez decantado el toreo en favor de la idea andaluza, surge una nueva disputa entre toreros andaluces a finales del siglo XVIII: los partidarios del estilo rondeño y los del sevillano. Ambos se basaban en el toreo con capa, pero discrepaban en la finalidad de la lidia: para los rondeños lo fundamental era la estocada, por lo que todo se supeditaba a la preparación de la muerte del toro. Cuantos menos capotazos mejor, para no agotar al toro y poderlo matar recibiendo (no conocían el
volapié). En cambio, los sevillanos consideraban que lo importante era lucirse con la capa, mientras que la muerte era solo una forma de poner fin a la faena cuando el toro ya estaba agotado. Costillares inventó la
verónica y el matar a volapié (fundamental, para poder dar muerte a toros aplomados tras numerosos pases). También logró supeditar la labor de los picadores a las necesidades de la lidia a pie.
Siglo XIX
El
riojano Juanito Apiñani R., retratado por
Goya en la serie
La Tauromaquia, saltando con garrocha por encima del toro en la antigua plaza de Madrid.
Este primer periodo triunfal de la fiesta llega a su fin con la
Guerra de la Independencia Española. Tras la guerra, retiradas o desaparecidas las grandes figuras anteriores, tiene lugar un periodo de decadencia de la fiesta. Pero en la década de 1830 aparece otra gran figura del toreo, "
Paquiro", conocido como el «napoleón de los toreros», quien une a la escuela rondeña y sevillana y demuestra que ambas son compatibles, es decir, que efectividad y brillantez pueden aunarse en la lidia. Le siguen "
Cúchares", "
Lagartijo" y "
Frascuelo", quienes dieron a la corrida la estructura definitiva que se mantiene hasta el presente.
Rafael Guerra "Guerrita", que se inició en la cuadrilla de Lagartijo, le sucedió como gran figura y dominó absolutamente la fiesta de los toros durante la última década del siglo XIX.
A mediados de este siglo, prácticamente,
Argentina (país con tradición tauromáquica hasta ese entonces) prohíbe las corridas, sin que hayan vuelto a practicarse en este país, hasta el momento.
Siglo XX
Tras el dominio de Guerrita, retirado en 1899, se abrió un periodo de transición durante la primera década del siglo XX, con nombres tales como el mexicano
Rodolfo Gaona,
Rafael González "Machaquito" o
Ricardo Torres "Bombita". Dieron paso a la llamada «época dorada» del toreo, que se extendió durante la década de 1910 a 1920 y que tuvo como máximas figuras a
Juan Belmonte y a
José Gómez "Joselito". Son unánimemente considerados los dos diestros más importantes del toreo moderno: Belmonte, como el creador de la estética moderna («parar, templar y mandar») y Joselito como el torero total, dominador de todas las suertes y de todos los aspectos de la tauromaquia (desde la idea de construir grandes plazas monumentales hasta los detalles de la selección del toro bravo), que aglutinó lo mejor del toreo antiguo y anunció la técnica que habría de imponerse en el futuro.
Posteriormente a la
Guerra Civil Española se produce un potente resurgimiento del mundo taurino, especialmente gracias a la figura de
Manolete, para muchos el más vertical de los toreros en la historia. De este auge siguen figuras como
Luis Miguel Dominguín, el mexicano
Carlos Arruza,
Pepe Luis Vázquez,
Antonio Bienvenida,
Pepín Martín Vázquez,
Miguel Báez "El Litri",
Julio Aparicio y
Agustín Parra "Parrita". Si bien esta época se cierra con el fallecimiento de
Manolete en la tragedia de
Linares, surge entonces otra famosa rivalidad taurina que apasiona al mundo taurino, la de
Dominguín y
Antonio Ordóñez.
Ya en los años cincuenta se alza la figura de particular elegancia del venezolano
César Girón, quien lidera en dos ocasiones (1954 y 1956) el escalafón taurino en España, hazaña que repetiría su hermano
Curro en 1959 y 1961. Destacan en los años sesenta, además del mencionado Curro Girón, toreros como
Paco Camino,
Santiago Martín "El Viti" y
Diego Puerta, además de la sensación que causó el surgimiento del poco ortodoxo y revolucionario pero muy triunfador
Manuel Benítez "El Cordobés". Las décadas de los setenta y ochenta son las de mayor expansión comercial del mundo de los toros, llegando a haber corrida incluso en el Astrodome de
Houston con la participación de El Cordobés. Las grandes figuras de esta época son:
Manolo Martínez,
Eloy Cavazos,
José Mari Manzanares,
Pedro Gutiérrez Moya "El Niño de la Capea",
Dámaso González,
Francisco Rivera "Paquirri",
Antoñete,
Francisco Ruiz Miguel y
Juan Antonio Ruiz "Espartaco", líder de la estadística en forma consecutiva desde 1985 hasta 1991.
Siglo XXI
Las nuevas figuras del toreo, algunas de ellas triunfadoras ya desde la
década de 1990, presentan gran diversidad en su estilo y proyección: personalidades tan particulares y de técnica tan depurada como
César Rincón, colombiano que abrió 5 veces la puerta grande de
Madrid,
Enrique Ponce,
Julián López "El Juli",
Manuel Jesús "El Cid",
Cayetano Rivera Ordóñez,
Sebastián Castella,
Miguel Ángel Perera,
Morante de la Puebla,
El Fandi,
José María Manzanares,
Héctor Rivera ''Reus'' o
José Tomás, quién el 5 de junio de
2008 batió un récord de 36 años en la plaza de Las Ventas, al cortar las cuatro orejas de sus dos toros en una misma tarde,
[1] han llevado el toreo al
siglo XXI.