viernes, 10 de agosto de 2012
Lucio Sandin.
Matador de toros español, nacido en Madrid el 3 de octubre de 1963. Hijo de una época en la que ya no era imprescindible arriesgar la femoral por capeas infames para emprender una tan dura como incierta andadura novilleril, el joven Lucio Sandín pudo canalizar su temprana vocación taurina a través de la Escuela de Tauromaquia de Madrid, de la que salió dispuesto a hacer valer su oficio y su destreza cuando sólo contaba diecisiete años de edad.
En efecto, el día 2 de marzo de 1980, en la pequeña plaza de la localidad madrileña de Ciempozuelos, intervino por vez primera en un festejo con picadores. El cartel de aquella prometedora función se completaba con el concurso de los valientes novilleros “Gallito de Zafra” y Julio de Llanos, quienes, en compañía del debutante, despacharon un encierro de don Gabriel García Hernández. Aquí dio comienzo para el joven espada madrileño una accidentada carrera taurina que estuvo signada por la desgracia ya desde sus primeros pasos como novillero; porque el malhadado día 12 de junio de 1983, cuando Lucio Sandín hollaba la arena de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, un novillo perteneciente a la ganadería de los Herederos de don Baltasar Ibán Valdés le vació de un certero pitonazo la cuenca del ojo derecho. La aparatosidad de la cogida puso tintes de negro patetismo sobre el albero del coso hispalense, ya que la pérdida irreparable del globo ocular se hizo patente a los pocos instantes de la dramática cogida. Aquella trágica tarde, compartían cartel con el desventurado novillero Manuel Martín y “Morenito de Jaén”.
Mas, a pesar de la seria gravedad de este percance, la afición y voluntad de Lucio Sandín Sayago le permitieron superar el susto y la mengua de visión en un plazo asombroso; y, haciendo gala de un arrojo poco frecuente en el resto de los mortales que no acostumbran a vestirse de luces, volvió a hacer el paseíllo en el transcurso de aquella misma temporada (concretamente, el día 3 de septiembre de 1983, en el ruedo de la población vallisoletana de Medina del Campo).
Animado por esta portentosa capacidad de superación, continuó lidiando novilladas hasta que se sintió preparado para dar el paso más importante en la carrera de un matador de toros: recibir la alternativa. Quiso mostrar en este emotivo trance que la desgracia sufrida en el coso sevillano no le había dejado más secuelas que la lógica pérdida de capacidad visual y la inevitable cicatriz en el rostro: por ello, eligió como escenario de su ceremonia doctoral el ruedo de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, mostrando con sobrados arrestos que, vuelto al lugar de los hechos, ni siquiera el recuerdo del antiguo percance le arredraba el corazón o ponía temblores en su pulso. En calidad de padrino, se hizo acompañar por el afamado espada sevillano Francisco Romero López (“Curro Romero”), quien, en presencia del irregular espada gaditano Rafel Soto Moreno (“Rafael de Paula”), que hacía las veces de testigo del toricantano, le cedió los trastos con los que Lucio Sandín había de dar lidia y muerte a un toro que atendía al nombre de Cordobés. Corría, a la sazón, el día 7 de abril de 1985, año que Lucio Sandín daría por terminado habiendo intervenido en tan sólo ocho corridas.
Un año más tarde, compareció en la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid) para confirmar ante el severo dictamen de sus paisanos este título de doctor en tauromaquia. Era el día 23 de mayo de 1986, fecha en la que, en el transcurso de la Feria de San Isidro, hizo el paseíllo apadrinado por el coletudo sevillano José Antonio Rodríguez Pérez (“José Antonio Campuzano”), y acompañado por el espada portugués Víctor Mendes, que comparecía en calidad de testigo. Se jugaron aquella tarde tres reses bravas pertenecientes al hierro de Murteira Grave, dos marcadas con el de doña Antonio Juliá de la Marca, y una con el de Cortijoliva. Al acabar esta temporada de 1986, Lucio Sandín había cumplido veintitrés contratos, cifra que parecía augurarle su ansiado despegue en las campañas inmediatamente posteriores.
Empero, en la temporada de 1987 sólo se vistió de luces en veintiuna ocasiones. Este declive se confirmó y acentuó en 1988 y 1989, años en los que apenas pudo sumar en su haber doce corridas (a razón de seis en cada campaña). Desanimado por la falta de contratos, Lucio Sandín emprendió la temporada de 1990 con la ilusión puesta en un nuevo despegue de su cada vez más débil trayectoria torera; pero en el primer ajuste que cumplía aquel año, verificado en la plaza Monumental de Las Ventas, sufrió una nueva cogida que le forzó a asumir que había perdido el sitio y que debía retirarse del ejercicio activo del toreo.
Una vez alejado de los ruedos -y dedicado ya a la profesión de óptico que, por su lesión ocular, había decidido emprender-, su mala fortuna le siguió deparando graves quebrantos, como un peligroso accidente de circulación del que salvó la vida de milagro.
Fuente. J. R.
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