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viernes, 10 de agosto de 2012

Luís de Pauloba
Luís Ortiz Valladares, más conocido como Luís de Pauloba, nació en Aznalcóllar (Sevilla), en el año 1971. Debutó sin picadores en público en el año 1987. En el año 1989 debuta con picadores. En el año 1990 debuta en Las Ventas. En el año 1991 sufre una fuerte cornada en Cuenca de la cual se recupera milagrosamente y en un lapso de tiempo muy corto, prueba de ello fue su alternativa a los dos años, en 1993, en La Real Maestranza de Sevilla. Cuentan que Paco Camino tuvo un encuentro con él en una venta y le dijo: -Pauloba, eres el que más te pareces a mí de los que hay ahora. Mete la espada que te vas a poner rico-. Hay fue donde Luís de Pauloba continuó explorando los caminos de pureza que un día recorrió Paco Camino. Luís de Pauloba podría haber sido cualquier cosa. Podría haberse dedicado a lo que quisiera si hubiese nacido en otros tiempos o en otro lugar, debido a la mente privilegiada que posee, pero decidió ser torero porque lo lleva dentro. Su carrera ha estado marcada por el reconocimiento del verdadero aficionado pero por la dificultad de no poder torear en el sitio que se merecía ni con las condiciones que deberían. Como decía, gracias a esa mente, esa psicología de otra época, casi oriental, pudo reponerse de la fuerte cornada sufrida en el año 1991. Lo primero que hizo cuando medio se recuperó fue correr detrás de una vaca en cuanto pudo para torearla y a los dos años tomó la alternativa. Noches de luna llena, tardes de toreo jondo, de capote sublime, puro, añejo. De muleta de arte, sin florituras innecesarias, sin tremendismo. Tres o cuatro cortijos debería tener si la espada hubiese entrado dicen por ahí. Un torero de arte toreando corridas descomunales, fuera de tipo, propia de gladiadores o toreros sin clase ninguna. Y él, fiel a su concepto. Es torero desde que se levanta hasta que se acuesta. Es torero vistiéndose por la mañana para llevar a Paula, su hija, al colegio, y para ir a ver a su madre, para hablar por teléfono o para colocarse el cuello de la camisa. Es torero para saludar a cualquiera que se le cruce. Para tratarlo como si fuera el más importante del mundo en ese momento, con una sonrisa siempre pese a que corran malos tiempos. Sencillo, humilde, con gracia andaluza. Igual que su toreo. “Se torea como se es” decía Belmonte. Las cabezas de toros disecadas en su salón imponen. No son Juan Pedros ni mucho menos. Son alimañas que fueron domadas y sometidas por el arte y las muñecas de Pauloba. Su fiel mozo de espadas y amigo “kiko”, profesional de pies a cabeza que compagina su trabajo con el de mozo de espadas, lo conoce mejor que nadie. Ha sido testigo de sus días de gloria y de sus fracasos. Siempre ha estado ahí. A las duras y a las maduras. Hombre bonachón sin un pelo de tonto que tiene un corazón que no le cabe en el pecho, y mira que es grande. Mi teoría es que el maestro Luis de Pauloba no necesita cortijos. Es rico espiritualmente. La olla de su casa está llena de sentimiento y de torería de la que puede alimentarse todo el que se quede a comer en su casa. Es un hombre que ha bordado el toreo a la luz de la luna y a la luz del sol. Ha hecho llorar a otro hombre que ha tenido la suerte de contemplar semejante espectáculo en el anonimato íntimo de los románticos del toreo. En su pueblo, con su gente, sin nadie que tenga que darle coba, sin periodistas nefastos o empresarios corruptos, allí donde se menciona su nombre se escucha: es un pedazo de torero y un pedazo de persona. Y esto es muy difícil. Porque personas buenas hay, y toreros buenos también, pero que conjuguen ambos atributos es complicado. Es una figura del toreo que ostenta el triunfo personal en su interior. El exterior es para los superficiales. Hay dos formas de triunfar en la vida. Hacia el interior y hacia el exterior. El triunfo de Luis de Pauloba se da cotidianamente cada día. Cada vez que habla, cada vez que actúa, cada vez que torea en el campo. La mejor recompensa que puede tener Luis de Pauloba es que en la memoria de los aficionados a los toros hay un hueco para él y su toreo. El arte no son cifras ni números. El arte es sentimiento, el arte son recuerdos. Son emociones. Y este torero ha emocionado, a puesto la piel de gallina al que lo ha visto, ha trasmitido felicidad, y eso señores, eso es la grandeza del toreo. Lo que perdura es el aroma. El perfume de azahar de un camino de pureza por el que pocos consiguen andar. Y Pauloba, lo ha recorrido varias veces de ida y de vuelta.

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