miércoles, 31 de octubre de 2012
Luciano Cobaleda
Ganaderia de Luciano Cobaleda.
Si el torero, militar y ganadero Luciano Cobaleda Gajate nació en Salamanca el 3 de diciembre de 1920. Es su faceta ganadera la que aquí nos interesa, pues como diestro no tuvo gran renombre pese a que llegó a tomar la alternativa el 1 de junio de 1947 en Barcelona, cuando Curro Caro, ejerciendo Cañitas como testigo, le cedió la muerte del toro Pajarito, de Muriel.
Luciano Cobaleda heredó en 1948 una de las ocho partes en que se dividió la ganadería de su padre, Alicio Cobaleda Marcos. Las reses eran de origen coquilla, y don Luciano decide cruzarlas en 1954 con urcolas de Eusebia Galache sin que los productos resultantes sean de su agrado. Procede, pues, a eliminarlo todo y a rehacer la ganadería en 1968 con dos sementales berrendos -uno en negro, el otro en colorado- y ochenta vacas de los hermanos Arturo y José Luis Cobaleda González, todo ello de pura procedencia Vega-Villar.
El debut madrileño de los patasblancas de Luciano Cobaleda se produce el 7 de abril de 1974. El primero de la tarde hiere de gravedad al manchego Antonio Rojas cuando lo lanceaba de capote, y le impide confirmar la alternativa, por lo que la corrida se queda en un mano a mano entre Joaquín Bernadó y Raúl Sánchez.
El 20 de abril del siguiente año vuelven a lidiarse los lucianos en Madrid por el catalán Joaquín Bernadó (vuelta en ambos), el cordobés Fernando Tortosa (aviso en su primero) y el mozambiqueño Ricardo Chibanga (vuelta en su primero). De esta corrida queda en los corrales venteños un sobrero (Batanito, nº 15, cárdeno, de 589 kilos) que sería lidiado como tal por Miguel Márquez el inmediato 13 de mayo, durante la Feria de San Isidro. El toro, pese a ser solamente bravucón, era de imponente trapío y dio un juego espectacular en el primer tercio, arrancándose de largo con mucha alegría en cuatro envites, aunque saliendo rebotado en tres de ellos. La gente, encantada con el toro, pidió que se le diese la vuelta al ruedo póstuma pero el presidente, con buen criterio, no la concedió.
El 27 de mayo de 1976 vuelven los lucianos a Madrid. La corrida fue tremebunda de juego y pavorosa de presentación; un corridón del que darían cuenta Dámaso Gómez, El Puno (que acabó en la enfermería) y Antonio Rojas. Ese día se presentó en Madrid y triunfó el rejoneador Joao Moura, aún un niño, llevando de telonero a José Joaquín Moreno Silva. El maestro Joaquín Vidal, que titulaba ¡Justicia para los modestos! su crónica de aquel histórico festejo, la comenzaba con un párrafo bellísimo que describía perfectamente lo que sentimos los aficionados que tuvimos la fortuna de estar ese día en Las Ventas:
Al final de la corrida, una conmoción recorrió los tendidos. Pienso que todos teníamos un nudo en la garganta. El toro, que ya había sido aclamado por su trapío al saltar a la arena, se resistía a morir de la estocada, su casta le aferraba a la vida, pugnaba por embestir. Antonio Rojas, que ya tenía ganado el triunfo, permanecía arrogante, junto a aquella cabeza de exposición, dos guadañas aceradas, que había sabido salvar en 30 pases de escalofrío. Entre la ovación restallante, surgió entonces de los magníficos aficionados de la andanada del 8 el clamor que ponía en lo alto la bandera de la verdad de esta fiesta y magnificaba el triunfo del torero: «iEso es un toro, eso es un toro!». Al instante, toda la plaza, ¡toda!, repetía el grito: «¡Eso es un toro, eso es un toro!». Tres matadores modestos, tres matadores que no tienen ni oportunidad de vestirse de luces, le echaron ayer el valor de salir al ruedo de Las Ventas a ponerse delante de una corrida de toros muy seria, tanto como se ha venido pidiendo; una de esas corridas de toros que, según dicen los del «bunker», no existe; una corrida de toros que ni por casualidad remota ha pasado por los corrales de la plaza en esos desfiles de reses a docenas que intentan trampear las figuras para sorprender la buena fe de aficionados, veterinarios y autoridad.
Con gran expectación de los aficionados vuelven los toros de Luciano Cobaleda a la feria de San Isidro de 1977, el 29 de mayo, con ocho toros, dos para ser rejoneados por Manuel Vidrié (oreja) y el portugués José Maldonado, que sustituía a un lesionado Lupi, y los seis restantes para ser muertos a estoque por José Fuentes, José Luis Galloso (vuelta en su primero) y Gabriel Puerta (vuelta en su segundo), que confirmó la alternativa. Otra vez Joaquín Vidal:
La del domingo pudo ser, y en muchas cosas fue, la corrida de la feria, en cuanto a la presentación y el comportamiento del ganado. Salieron los cobaledas como para dar un síncope al mismísimo Frascuelo. Toros con cuajo y hondura, pechos y culatas poderosos, y por delante, un armamento que hacía temblar el misterio. Toros de fachada antigua, escapados de las estampas de La Lidia (esa joya que nadie ha sabido igualar, aunque poder se puede, puesto que los canales de información y las artes gráficas se han perfeccionado tanto). Toros de una vez, y además, en conjunto, parejos. Seriedad en las caras, presencia pavorosa, agresividad. Y casta. Me río de tanto canto como se ha hecho a aquel hierro, y al otro, y al otro, porque tenían movilidad, aunque tres toros de aquél salían de los caballos pegando coces y los demás aceptaban las varas, los del otro se caían más o menos (más bien más), y los del otro tomaban las telas como borregos. Movilidad, casta, también genio, emoción y presencia por igual tremenda, poseyeron de sobra los correosos cobaledas de don Luciano, que además cumplían bien en varas, aunque ninguno pudo calificarse como bravo, pues cuál después de tomar un primer puyazo de largo y con entrega absoluta, en los siguientes acababa saliéndose de la suerte, cuál cabeceó el peto, cuál se quitó el palo.
Con sólo cuatro corridas y un sobrero lidiados en Madrid en cuatro años, los lucianos ya eran toros de leyenda. La afición los requiere y los profesionales no quieren verlos ni en pintura. En 1978 son anunciados para el 29 de mayo, pero la corrida es suspendida por la lluvia. El 15 de junio, en la tradicional Corrida de la Prensa, otra corrida de Luciano Cobaleda es lidiada por Gabriel de la Casa, Manolo Cortés y Gabriel Puerta. Álvaro Domecq rejonearía a uno de Torrestrella.
La corrida es terciada pero bien presentada y cornalona. Como siempre, derrocha casta a raudales. En este festejo cunde el pánico entre las cuadrillas, sobre todo tras la tremenda cogida que sufre Gabriel de la Casa al lancear de salida al cuarto. Es llevado inconsciente a la enfermería y los picadores despedazan a los tres últimos toros, que por ello se ponen a la defensiva y peligrosísimos. Joaquín Vidal acaba su crónica pidiendo tila:
Terroríficos cobaledas, duros, aunque no tan malos como resultaron por la infame lidia que se les dio. Pero, ¡atención!, vuelven el domingo. No los de ayer, que muertos, arrastrados y a estas horas seguramente en el puchero están, sino otros. Más de la misma camada. ¿Hay suficiente tila en las boticas?
En efecto, el domingo 18 de junio se lidiaron los toros de la corrida suspendida en la feria: Un toro de El Campillo para ser rejoneado por Luis Valdenebro y seis de Luciano Cobaleda para Sánchez Bejarano, El Puno y El Regio. La afición se hace cruces y no se explica todavía cómo los tres matadores lograron salir por su pie de la plaza, pues la corrida fue durísima, muy mansa, de mucho sentido e impecable presentación. El primero derribó en las dos primeras varas y desmontó al picador en la tercera; el segundo fue noble pero nada tonto; cuarto y quinto resultaron casi ilidiables y peligrosísimos, y a los dos toros de El Regio les pusieron banderillas negras... Hizo bien Vidal en solicitar tila tres días antes.
En 1979 los lucianos llegan a Madrid el 30 de septiembre. Sería la última vez. Otra corrida de pavorosa presentación con un remiendo de García Romero (6º), también terrorífico, para Julián García, Raúl Sánchez y Manuel Rodríguez (vuelta en su primero y aviso en el sexto). El talaverano Raúl Sánchez estuvo hecho un tío, como siempre, aguantando tarascadas que quitaban el hipo a los aficionados, y haciendo fácil lo que para cualquier otro matador resultaría imposible.
A partir de 1980, por problemas que no vienen al caso, el ganadero vende sus toros de mala manera, básicamente para rejones, y salda las vacas en lotes varios, hasta que pone punto final a su ganadería vendiendo el hierro y sus derechos en la UCTL a Vicente Charro en 1984.
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