miércoles, 29 de mayo de 2013
HACIENDO HISTORIA
Hoy platicaremos algunas anécdotas de Rafael Gómez “El Gallo”:
Rafael Gómez Ortega “El Gallo”, conocido también años después como “El divino calvo”, además de poseer una de las personalidades más peculiares y simpáticas en este mundo del toro, puede ser que haya sido el torero más artista que ha habido en la historia de la Tauromaquia.
Hay infinidad de anécdotas de su vida, paradigma de la torería sevillana, ha pasado a la historia de la Tauromaquia como el torero más representativo de esta escuela andaluza a pesar de haber nacido en Madrid, cuna a la que nunca renunció a pesar de su sevillanismo modo de ser.
Nació en la capital de España un 18 de julio de 1882, en la calle Greda (hoy de Los Madrazo) número 3 y 5, en una de esas largas temporadas que Fernando Gómez “El Gallo”, su padre, la pasaba con doña Gabriela Ortega en Madrid, cuando iba a torear desde el mes de mayo hasta finales de septiembre.
Más tarde se instalaron en Gelves (Sevilla), cuando Rafael tenía sólo cinco meses, y allí nacieron todos sus hermanos. Existe la leyenda de que Rafael Gómez había nacido en Pozuelo de Alarcón (Madrid), incluso durante años se enseñaba a los visitantes de esa población una casa donde, al parecer, se hospedaron alguna vez sus padres y de la que se decía que fue la cuna de su nacimiento.
En cierta ocasión Rafael El Gallo pasó por Pozuelo y le dijeron que había nacido allí. El “Divino Calvo” dijo: “La verdá é que no m’acuerdo de ná. Pero ¡qué honó perdiste, Posuelo de mi arma! ¡ná meno que ser la patria chica der Gallo”.
Rafael Gómez “El Gallo” fue una leyenda no sólo en Madrid, hombre de una personalidad extraordinaria, tanto que hasta el mismísimo José Ortega y Gasset lo quiso conocer, para lo cual le pidió a José María de Cossío que lo llevara a su tertulia del café “Lyon D’Or” en Madrid. Eso hizo Cossío unos días más tarde, de tal forma que el famoso intelectual tuvo la oportunidad de charlar durante un par de horas con el “Divino Calvo”.
El torero que estaba ya cansado de la reunión y de tanta conversación, invitó a Cossío a dar un paseo y a que lo acompañara a comprarse unos puros. Tras despedirse ambos de Ortega y Gasset se fueron por los puros y después de encender el habano en la calle, El Divino Calvo le dice muy fijo a Cossío: “Oye José María, este señó tan amable que ha tomao café con nosotro ¿quién es?”. Cossío sorprendido le responde: ”Hombre Rafael, tú siempre tan despistado; es Ortega y Gasset”. A lo que El Gallo replicó: “Eso lo sé, pero qué oficio tiene?”. Cossío le habla sobre el prestigio intelectual de Ortega: “Este hombre es el filósofo más grande que hay en España”. Rafael El Gallo, se para en la calle, mira muy fijo a Cossío y abriendo mucho los ojos le espeta: ¡Que barbariá, José María! ¡hay gente pa toó!
Rafael El Gallo además de crear suertes, pases y adornos nuevos para el toreo (revoleras, serpentinas, banderillas al trapecio, cambio de muleta de mano por detrás de la espalda, el pase por alto llamado como “el celeste imperio”, las largas cambiadas, molinete con la mano izquierda o el afarolado “kikirikí”...), le cupo “el honor” de inventar la famosa “espantá”, que algunos años después practicarán también algunos otros toreros.
Según decían los críticos contemporáneos al torero, las “espantás” de El Gallo no eran manifestaciones de pánico o miedo, sino “un poema de gracia, un gesto de sinceridad nacido dentro del alma del torero”... algo inimitable y que sólo a él, toleraron los públicos.
La primera “espantá” la dio en Sevilla, siendo aún novillero, con ganado de Concha y Sierra. Aquel día todo iba bien en la lidia e incluso El Gallo le brindó la muerte del novillo al capitán general de la región andaluza. Después de tantear al bicho durante unos minutos con la muleta dijo que no lo mataba. El escándalo que se formó en pocos minutos en la Maestranza fue enorme. Los Guardias de Seguridad lo detuvieron por orden de la Presidencia y se lo llevaron a la carrera a los calabozos de la Comisaría.
Ni siquiera la intervención del capitán general Luque, que fue el primer ofendido, libró a Rafael Gómez de pasar la noche en la cárcel. Él lo decía muy claro: “Cuando a un toro no se le pué hasé ná, lo mehó é dehálo”. Repetía una y otra vez que eran los propios toros los que le avisaban. Los animales que le decían: “¡que te voy a cogé!, ¡que te voy a pillá! y cuando a él se le antojaba que el astado le estaba avisando, se quitaba del medio sin dudarlo un momento. Creía que a los toros podía cambiarle el humor en cualquier momento.
Sin embargo, como un artista genial que fue, tenía la cualidad de cambiar en pocos minutos los ánimos de los públicos con su inmenso arte. Una vez en Barcelona, toreando con Manolo Belmonte (un hermano de Juan), Rafael después de escuchar los tres avisos en su primer toro se refugió del escándalo del público en la enfermería de la plaza. Decía que “las broncas se las lleva er tiempo, las cornás se las quéa er torero”. Parapetado en la enfermería dijo a su cuadrilla que no salía a torear más y que nadie lo molestara.
Cuando saltó a la arena el segundo toro de su lote arreció la bronca a niveles preocupantes de orden público, tanto que Manolo Belmonte entró a la enfermería en un intento de convencerlo para que saliese a torear. Se encontró a El Gallo echado en la camilla del quirófano, destocado y en mangas de camisa, y saboreando un gran puro habano como si tal cosa. Belmonte con mucho respeto y en tono conciliador le dijo:
- ¿Qué pasa maestro?... no va a haber más remedio que salir. La gente se ha puesto flamenca... A mí no me han dejao siquiera ni acercarme a su toro. Vamos... que la cosa está fatá… maestro.
- ¿Y tú qué dices, compadre? le respondió Rafael.
- Que debe usté comparecé, maestro.
- Bueno hombre, pué no s’able má. Lo haré por complacerte.
Y dejando el puro que se estaba fumando en el borde de una mesa próxima, se puso la chaquetilla, se caló la montera y salió al ruedo cuando estaba ya mediado el tercio de varas. Rafael le quitó el capote a un subalterno y echándoselo a la espalda se dispuso a hacer un “quite del perdón”. Dio una larga tan garbosa y con tanto arte que barrió en segundos de los tendidos el malhumor acumulado.
Después con la muleta realizó una faena completísima en variedad y arte, y mató recibiendo al astado de forma tan contundente que se desató el delirio en la plaza. Pero el “Divino Calvo” en vez de quedarse en el ruedo a recoger los laureles del triunfo, sin mirar a nadie se volvió por sus pasos de nuevo a la enfermería. Allí se quitó la chaquetilla, dejó la montera en una silla, rescató su habano de donde lo había dejado, lo encendió y comenzó a fumárselo tendido de nuevo en la camilla del quirófano y tan tranquilo “como sin ná”.
Informó para Sabiendo de toros: Jaime Montoya (Mexico)
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